Blog post

Inadecuado discernimiento vocacional
¿Qué sería el necesario discernimiento vocacional ADECUADO? Es la capacidad y posibilidad de elegir lo que uno libremente quiere hacer de su vida. No es posible hablar de discernimiento donde no hay libertad ni de un “adecuado” discernimiento donde la libertad está […]

¿Qué sería el necesario discernimiento vocacional ADECUADO? Es la capacidad y posibilidad de elegir lo que uno libremente quiere hacer de su vida. No es posible hablar de discernimiento donde no hay libertad ni de un “adecuado” discernimiento donde la libertad está seriamente afectada por elementos externos o internos condicionantes y hasta determinantes.
Lo que el SCV hizo durante más de 40 años (desde fines de los 70s hasta hoy) fue generar elementos internos condicionantes y determinantes en los jóvenes a los que ellos se acercaban astutamente, a través de retiros espirituales llamados JMC (Jornada de Meditación Cristiana), jornadas espirituales (Vivencias, Convivio, Encuentros, etc.) o a través de circunstancias especialmente creadas para lograr la captación, como amistades particulares generadas a tarvés de alguna actividad o lazo de familariedad o amistad con un sodálite.
En aquel proceso, los sodálites distinguían a quienes eran hábiles para crear el “rapport” inicial (enganche, hacer picar el anzuelo, seducir u otros sinónimos) y quienes eran más hábiles para lograr la perseverancia. Los sirvientes de Figari no entrábamos en estas categorías porque no hacíamos actividades proselitistas (“apostolado”), puesto que teníamos “otras prioridades”. Nos convencieron que nuestro “apostolado” era servir a Figari.
Las frases o expresiones fuertes que implantaban en las mentes de sus víctimas eran tales como “la única manera de ser feliz es siendo cristiano y la única manera como tú puedes ser cristiano es siendo sodálite”, “la vocación sodálite está inserta en tu ser y es, por lo tanto, substancial y no accidental, entonces, no puedes evadirla”, etc.
Una vez que la razón era infectada de una de estas ideas, el “candidato” ya estaba encaminado hacia la vida consagrada en el SCV. Los sentimientos siempre son subordinados a este tipo de ideas y, cuando estos son contrarios a ellas, se deben reprimir, aunque el léxico sodálite dijera “reencausar” lo que realmente se vivía era una “represión” dura y angustiosa.
Los efectos de este tipo de condicionamiento en la mayoría de sodálites (no es en vano que solo queda en comunidad el 30% de los que entraron alguna vez en una comunidad sodálite) causa daños más o menos graves, dependiendo de diversos factores, como, por ejemplo, el grado de oposición interior planteada a la ficticia vocación a la vida religiosa; pero, SIEMPRE causa daños.
En el caso de los sirvientes, se agregan varios agravantes: además de la constante exposición a dichas ideas fuerza durante las 24 horas del día, todos los días, por 20 años, se agregan otros elementos de adoctrinamiento aplicados por el mismo Figari, destinados especialmente a reforzar la confianza absoluta y la dependencia radical (afectiva y efectiva) de él mismo; asimismo, se nos forzó a silenciar el juicio moral sobre la realidad que nos rodeaba, especialmente por los actos que el propio Figari realizaba y por lo que pudiésemos ver en su entorno de poder.
Los sirvientes teníamos claramente como prioritario el servicio a Figari, al punto que no teníamos vida espiritual; es decir, no teníamos hábitos de oración ni prácticas de piedad. Lo que hacíamos era leer y cumplir con los requisitos mínimos para poder dar cuenta al director espiritual del cumplimiento de las actividades espirituales; sin embargo, en la práctica, estas no tenían un lugar protagónico en nuestras vidas. La carencia de esta vida espiritual es otro derecho robado por el SCV. Realmente, éramos unos seres sui generis y no se podría llamar en sentido propio como miembros o integrantes del SCV, pues éramos “de” Figari y no “del” SCV.
Personalmente, puedo dar fe que mi vida espiritual empieza realmente al salir del SCV y encontrarme solo frente a un mundo que avanza velozmente y frente al cual me sentía como quien había desaparecido de su realidad por más de 20 años. En ese contexto, mi fe fue mi fortaleza para no sucumbir en la más radical oscuridad del sinsentido de mi vida en el SCV.
Nuestros caminos fueron “discernidos” por Figari y sus poderosos secuaces. En mi caso, fueron Doig y Figari quienes decidieron el camino de mi vida desde los 17 años, sobre la base de lo que Eduardo Regal y Humberto Del Castillo edificaron en mi mente.
Es obvio, creo yo, que ninguno de los sirvientes pudimos estudiar lo que queríamos o aquello para lo cual nos sentíamos llamados o, simplemente, lo que nos gustaba. Si es que pensábamos estudiar alguna carrera, esta debía NECESARIAMENTE servir a los intereses de Figari y el SCV.
Sobre todo esto debe considerarse que el discernimiento vocacional adecuado es un DERECHO fundamental de la persona humana y, particularmente, de un candidato a la vida consagrada. El SCV cometió un CRIMEN con nosotros —los sirvientes— al impedirnos hacer este discernimiento, pues nos extrajeron de la “formación” de San Bartolo —donde se supone que debíamos hacer ese discernimiento— para trasladarnos al lado de Figari. El modus operandi fue el mismo en los tres. En mi caso, en San Bartolo solo vi una vez a mi “director espiritual” —Jaime Baertl— y fue para revisar mis tests psicológicos —como si él fuese un profesional— y NUNCA hablé con nadie en San Bartolo en privado sobre dicha supuesta vocación. Además, Figari estaba en permanente contacto con el superior de la comunidad de formación —Miguel Salazar Steiger— para que este le diera el reporte constante de mi avance. Varias veces Figari me llamó por teléfono para “ajustar” algunos detalles de lo que vivía en este lugar.
La dependencia que se generó en nosotros era, como ya lo mencioné, radical u ontológica. No podíamos imaginar una vida fuera del SCV y, particularmente en el caso de los sirvientes, lejos de Figari. Tan fuerte es la dependencia que me tomó años adaptarme a la separación de este infausto ser humano, por quien estuve dispuesto a dar la vida si hubiese sido necesario.
El forado que quedó en mi autoestima cuando dejo de ser el sirviente y cocinero de Figari es muy hondo y no se llena con nada. Sino que se tiene que, literalmente, aprender nuevamente a vivir, es como un renacer y el consecuente redescubrirse a uno mismo luego de más de 20 años de ausencia y alienación. Ni qué decir de los lazos con la familia nuclear, los cuales, en muchos casos no se recuperan jamás.
La inserción a la vida civil de un sirviente es muy dura porque salimos del SCV golpeados y dañados, a todo nivel, psicológico, físico, espiritual y moral; sin profesión que nos guste o sirva para sostenernos económicamente; sin casa, ni posesiones, ni dinero; salimos desubicados y, como fue mi caso, sin que nadie me esperase afuera para acogerme.
En estos casos, el tiempo NO lo cura todo, se necesita ayuda, paciencia, llevar un duelo —no por la pérdida de un vínculo con el SCV sino por la constatación de haber perdido el vínculo íntimo con uno mismo y con los demás—, incluso, comprensión de la Iglesia y la sociedad. Sin esperar NADA del SCV, que tiene una comprensión limitada de la realidad y que no hace nada para salir de esa burbuja de ficción en la que viven sus miembros, unos en un mundo rosa sin problemas y con mucha, muchísima esperanza en la institución; y otros, en un mundo de corrupción, complots, jugarretas legales, chantajes, lobbies, etc.
Suscríbete a MiVidaenelSodalicio

Daño a la Iglesia
La Iglesia certificó al SCV, a mi juicio muy apresuradamente, como un medio apropiado para desarrollar una vida cristiana y alcanzar la santidad —vivencia coherente de las virtudes cristianas—. No digo “camino de vida cristiana”, porque Figari —en su autosuficiencia y complejo […]

La Iglesia certificó al SCV, a mi juicio muy apresuradamente, como un medio apropiado para desarrollar una vida cristiana y alcanzar la santidad —vivencia coherente de las virtudes cristianas—. No digo “camino de vida cristiana”, porque Figari —en su autosuficiencia y complejo de inferioridad— detestaba que se pudiese relacionar al SCV con el Camino Neocatecumenal, a cuyo fundador literalmente consideraba un payaso y egocéntrico, incapaz de tener una visión eclesial de su movimiento.
En el proceso de institucionalización, solo le bastaron 2 años a los lobistas del SCV conseguir la aprobación pontificia de manos de Juan Pablo II, luego de haber obtenido la aprobación diocesana de S.E. Cardenal Augusto Vargas Alzamora, quien fue apoyo y aliento constante —junto a varios obispos más— para conseguir la bendición definitiva de Roma.
Este hecho pone en aprietos, el día de hoy, al Papa y la Santa Sede porque, si este decidiera cerrar el SCV tendría que reconocer, por lo menos de manera implícita, que San Juan Pablo II cometió un error al aprobarlo. No solo eso, también “oficializaría” el error de varios obispos que dieron su aprobación a esta institución. Aunque se pueda decir que hubo error, seamos justos, no podemos afirmar que hubo culpa pues, si en algo son geniales Figari y sus discípulos más cercanos, es la maestría en el disfraz y el engaño —algo que tienen en común con Bernie Madoff—.
Muchas personas, incluidos obispos y sacerdotes, apoyaron a una institución de vida cristiana que, en el papel y desde afuera, parecía ser muy solvente moral y doctrinalmente. Sin embargo, como menciona este acápite del informe final de la Comisión, el SCV promueve prácticas “absolutamente contrarias” a los principios de la fe cristiana. Algunos han reprobado públicamente dichas prácticas; sin embargo, algunos guardan silencio y, con ello, crece una complicidad escandalosa.
Aquí la Comisión vuelve a poner el dedo en la llaga, porque, aunque el SCV tenga muy grande y luminoso el cartel de “soy católico y estoy orgulloso de serlo” y parezca “más papista que el Papa”, en la práctica, el SCV —como institución— se orienta por principios que reniegan constantemente de los principios cristianos y, si posamos nuestras miradas en personas en particular —miembros activos de esta institución— veremos también que muchos —en especial, los mayores— son cualquier cosa menos ejemplos de virtud.
No es raro, entonces, que cada vez más miembros del SCV abandonen la institución. Entre ellos, un obispo y varios sacerdotes, entre los cuales, hay varios que han dejado el ministerio sacerdotal porque descubrieron que habían caído dentro del esquema de dominio mental implantado porFigari y perpetuado por su cúpula de poder. Ellos habían aceptado un ministerio sagrado al cual realmente nunca se descubrieron llamados —el llamado que debiera ser entendido como confluencia armoniosa de voluntad divina y libertad humana, no como voluntad del superior o de Figari—.
La Iglesia Católica tiene varios años sufriendo en silencio por los abusos, maltratos y violaciones del SCV y de varios miembros de esta institución, que no solo faltaron a sus compromisos, sino que hicieron habituales prácticas que externamente ellos mismos señalaban como pecaminosas y deleznables. Usando una terminología habitual de Figari, quienes señalaban a sus súbditos como “traidores de su humanidad” al cometer alguna falta, eran ellos mismos unos maestros de la traición, colmados de vicios que socavan cotidianamente el trascendental mandamiento del amor.
Soy testigo, además, de cómo se usa HOY el nombre de la Iglesia y la vida consagrada para justificar los abusos cometidos por el SCV, particularmente, la esclavitud moderna a la que fuimos sometidos los sirvientes de Figari, a la que los grandes “maestros espirituales” del SCV quieren considerar como parte de las tareas propias de una persona que lleva una vida consagrada en la Iglesia. Con lo cual se busca que dichas prácticas infrahumanas no sean juzgadas por la justicia civil, ni por la Iglesia, ni por nadie, sino que sean simplemente consideras como trabajos propios de un consagrado.
Al describir esto, que es real, que la Comisión pudo captar y expresar con mucho dolor en su informe público y en los informes privados, no buscamos victimizarnos, nada más lejano a ello, sino descubrir la verdad que, aunque parece repugnante para muchos, es “comprensible” y no debe insistirse en hablar de ella porque “revictimiza a las víctimas”, daña a la Iglesia y hace daño a una institución que “tanto bien hace”. Cuando en realidad, libera a las víctimas, a la Iglesia y a quienes, aun dentro de la institución, son ciegos y no pueden ver lo que realmente es el SCV y aquellos personajes que se han posicionado en ella desde los inicios hasta hoy, enriqueciéndose, colmados de vicios y dando a su cuerpo total satisfacción de sus deseos a costa de la libertad y la salud física, mental y espiritual de otros.

¡Nos defraudaron!
La Iglesia es humana y divina, según enseña su multisecular doctrina, y desde esa esencia es que se necesita comprender el misterio de una insticución como el SCV, que se considera una “porción de la Iglesia” y un camino elegido por Dios. […]

La Iglesia es humana y divina, según enseña su multisecular doctrina, y desde esa esencia es que se necesita comprender el misterio de una insticución como el SCV, que se considera una “porción de la Iglesia” y un camino elegido por Dios.
Recordemos el relato del Génesis y la caída original, el pecado de Adán y Eva, y pongámosnos en el lugar de Adán. ¿Acaso consideró que la manzana estaba podrida y que le haría daño tomarla? Según la teología cristiana, Adán engañado por la serpiente vio que el fruto era bueno. Él lo “vio” así, pero realmente no era bueno sino que este fruto era la puerta del pecado y de un cambio radical en la historia de la humanidad.
Aún así, Dios -infinitamente bueno en su naturaleza- promete la salvación al hombre. Es decir, el pecado termina siendo causa de salvación. Aquel fruto podrido y causa de perdición se convierte, por la intervención divina, en fruto de salvación. Sin embargo, el fruto -la manzana- no deja de ser la causa de la perdición, no deja de ser un fruto podrido.
Si entendemos esto que es descrito en el Genesis y enseñado por la Iglesia desde hace siglos, aunque no lo creamos o pensemos que es una fábula, ¿por qué no podemos entender que el SCV es un fruto podrido que parece apetitoso a la vista y que, sin embargo, es causa de corrupción para algunos -los de adentro- y de salvación para otros -los de afuera: MVC o “familia sodálite”-?
Esta reflexión introductoria es necesaria para muchos fanáticos “emevecistas” y “soda lovers” que creen que el SCV es magnífico y que solo -lamentablemente- tiene algunos violadores y abusadores dentro que, una vez que sean extirpados o que se arrepientan y cambien de conducta, permitirán que el “magnífico” SCV siga dando frutos para la Iglesia. Por más ingenuo que parezca este razonamiento, está presente en la mente de cientos de fanáticos que creen, además, ver con objetividad la realidad y poner en una balanza lo bueno que el SCV trajo a sus vidas, frente a lo malo y, claro, siempre triunfa el “bien”, es decir, el cambio de vida que obtuvo y que hizo su vida más cristiana.
Sin embargo, es una ilusión, pues el SCV no es causa de aquel bien sino una persona concreta que formando parte de esa insitutición y aplicando un producto con etiqueta de “católico apostólico y romano” logró ayudar al fanático a generar un cambio, muchas veces a pesar de sí mismo y siempre a pesar de la institución que, aunque no todos lo sepan o lo vean, ha sido causa de perdición para muchos.
Si las palabras de Figari, Doig o Baertl te llegaron al corazón y lograron ayudarte a cambiar de vida, da gracias a Dios, disfruta tu nueva vida, sé feliz, pero, no ignores que este trio es el fundamento de una organización donde el abuso y el maltrato físico, espiritual, moral y psicológico fueron -y en mucho, siguen siendo porque el encubrimiento es un abuso- la esencia del SCV, y no la gracia de Dios, la cual hizo maravillas de una organización podrida -recuerda, como de la manzana de Adán-. No olvides que hay cientos de víctimas, personas que lo perdieron todo gracias al SCV -no solo a Figari, Doig o cualquiera de sus miembros- sino al SCV como institución. No olvides que puede ser cuestión de tiempo para que tu “fe”, anclada en una figura humana mesiánica o en una institución humana -sea SCV o MVC- se venga abajo y tú con ella.
La Comisión hace alusión también a los padres de familia que “entregaron” a sus hijos al Señor -a través del SCV-, y lo hicieron con bienes y “dotes” y, algunas veces, haciendo un gran sacrificio. O, familias que se quebraron cuando uno de sus miembros decidió dejarlo todo para entrar al SCV, para luego de unos años, regresar en búsqueda de una familia quebrada y envejecida, volver a buscar una vida perdida, llenos de heridas hondas en el alma, que, en algunos casos, son incurables.
Incomprendidos y solitarios, sin lugar en un mundo que cambió y ahora ve con desconfianza y distancia a quienes años atrás lo abandonaron con desprecio y dolorosas rupturas y renuncias, para vivir la “gran aventura” de seguir a Cristo. Muchachos que regresan al mundo cansados, decepcionados y violados -en el cuerpo, la mente o el espíritu, pero siempre violentados en su libertad-. Regresan sin Cristo ni riquezas, sin saber qué es el amor y buscándolo desesperadamente porque nadie vive sin él.

Daños espirituales y morales
Algunos de los que entraron al SCV tenían fe y eran católicos practicantes, otros, solo lo eran de nombre y algunos pocos fueron conversos del luteranismo o judaísmo. Sin embargo, de todos estos, la gran mayoría salió de la institución decepcionada de […]

Algunos de los que entraron al SCV tenían fe y eran católicos practicantes, otros, solo lo eran de nombre y algunos pocos fueron conversos del luteranismo o judaísmo. Sin embargo, de todos estos, la gran mayoría salió de la institución decepcionada de la Iglesia, confundidos, dañados en su fe y espiritualmente victimados por una institución con una gigantesca y “sólida” etiqueta católica que era tan falsa como espléndida.
La más grande prueba para mi fe en Dios y confianza en su Iglesia no la viví en la adolescencia ni ante un hecho de dolor —como la pérdida de un ser querido o un accidente trágico—, sino que la viví en el SCV, pasando 18 años cerca de su “líder espiritual” Figari y su cúpula de poder —Eduardo Regal, Jaime Baertl, entre otros—. Durante los últimos 8 años vengo luchando contra un culto inconsciente a la figura —deforme y enferma— de Figari, quien se hizo un Dios para nosotros, especialmente para quienes fuimos sus sirvientes. Pasé todo un año —lejos de él— dedicado a comprender algo que hoy parece evidente para muchos: Figari no es un ser especial, ni santo y, mucho menos, normal, sino una persona enferma y peligrosa.
Los daños espirituales son los más graves y difíciles de sanar y afectan a todo el ser, al punto tal que se pueden sufrir graves enfermedades físicas o psicológicas, a raíz de conflictos o desórdenes espirituales profundos. Además, hay experiencias, como el perdón, que tardan muchos años en lograrse. El perdón y la culpa, que van tan de la mano, siempre fueron un asunto complejo en el SCV, mal comprendido. Creo yo porque esta institución nace de una persona enferma y no de una experiencia religiosa, y perdura en personas que también adolecen de una visión espiritual de la existencia, que viven inmersos en los “criterios del mundo” —según la ideología sodálite—. Como lo he dicho otras veces, no hay en el SCV ningún “modelo de virtud”, especialmente entre los miembros más antiguos y más cercanos a Figari, los llamados el “núcleo fundacional”.
Los primeros sacerdotes del SCV, sobre todo ellos, predican sobre el pecado de una manera muy negativa, que parece desconocer la misericordia de Dios y hacer, aquí en la tierra, un juicio de aquellos que no piensan como uno o que “son del mundo”.
Uno de los lemas más importantes para el sodálite, en los primeros tiempos, era “estar en el mundo sin ser del mundo”, porque los primeros sodálites anhelaban tener una vida laical en la que pudieran llevar a cabo sus proyectos personales, acompañados de otros jóvenes que anhelaran lo mismo, dentro de una vivencia coherente de la fe de la Iglesia y bajo la guía del sacerdote marianista Haby. Sin embargo, este proyecto de vida se quiebra cuando dicho sacerdote y Sergio Tapia se desvinculan del SCV y dejan a Figari asumiendo todo el poder solo.
No hay doctor humano que pueda sanar las heridas espirituales, solo el tiempo, la esperanza, la fe y el amor pueden permitir un cambio real, mas no se podrá llegar a ser el mismo joven entusiasta que entró al SCV para “cambiar el mundo” y hacerlo más cristiano.
El SCV me enseñó a ser más egoísta, a sentir una culpa profunda por crímenes y faltas que no cometí y por errores que no eran pecados sino gritos silenciosos que surgían de lo profundo de mi ser, fruto de una mutilación de mi libertad y del atropello de mis derechos fundamentales. En el SCV olvidé cómo sonreír y aprendí a expresar una careta falta, especialmente ante Figari, para proteger mi interior de sus asesinos dardos y manipulaciones. Aprendí a sobrevivir y no a vivir, a tal punto que me convencí de que la vida era eso: sobrevivir, sin más horizontes ni con la posibilidad de hacer lo que más quisiera ni ser realmente feliz.
“Vivir” de esta manera carcome la vitalidad, literalmente, enferma y le quita el sentido al vivir, se desea la muerte, te separa de Dios porque no puedes ver a la cara a quien se supone estás sirviendo y te hace la vida imposible. Prefieres morir y, como sabes que quitarte la vida no soluciona nada y te llevará al infierno, tampoco eres capaz de morir. Ni vida ni muerte, se experimenta un vacío oscuro en el cual las lágrimas y la soledad son los mejores amigos y, claro, la tenue e ingenua esperanza que todo aquello acabe por causas naturales y sin más sufrimiento.
Los daños morales se desprenden de la incapacidad fáctica para discernir con claridad el bien y el mal por uno mismo. Es decir, el sodálite no distingue por sí mismo, con su propia libertad, qué está bien o qué está mal, lo hace en base a lo que le dicen, en el caso de nosotros —los sirvientes— este discernimiento lo hacía cotidianamente el mismo Figari y el superior de la comunidad —primero Eduardo Regal y luego Ignacio Blanco—. No existía temor más grande que desobedecer la voz y la voluntad del superior. Este terrible daño no es tan sencillo de sanar, porque a una edad ya avanzada se tiene una conciencia moral deformada a un nivel prácticamente infantil, en el cual recién se aprende a hacer juicios morales —a partir de los 5 años—.
¿Quién ve estas heridas? ¿Un médico? ¿Un sacerdote? ¿Un psiquiatra? ¿Un psicológo? Pues, todos estos juntos y más.

Daños psicológicos
Este tipo de daños se vincula íntimamente con los otros tipos de daño sufridos por las víctimas del SCV, particularmente con los que han sido producidos por las “prácticas de sobre exigencia física irrazonable” pues, según un principio antropológico universal, el ser […]

Este tipo de daños se vincula íntimamente con los otros tipos de daño sufridos por las víctimas del SCV, particularmente con los que han sido producidos por las “prácticas de sobre exigencia física irrazonable” pues, según un principio antropológico universal, el ser humano es una unidad. Las exigencias físicas pusieron en riesgo a las víctimas, incluso en peligro de muerte. Lo cual, como se puede deducir del principio mencionado, afecta seriamente la psiqué de la persona, al punto de generar o agravar traumas.
Más allá de los maltratos físicos en el SCV se vivió una constante, irresponsable e intensa manipulación de la psiqué, con la finalidad de moldearla a una particular aproximación a la realidad distorsionada —a la que hemos llamado subcultura o “burbuja”— en la cual el arrebato de la libertad individual era imperativo.
Sobre la base de la severa afectación de la libertad —la cualidad de la libertad humana no puede ser suprimida, pero, como se vive en experiencias extremas de sectas, esta puede quedar gravemente comprometida al alterarse el juicio moral—, se implanta un estilo de vida en el cual el fin justifica los medios, dentro de un contexto pleno de categorías religiosas que disfrazan el despliegue de actitudes carentes de valores como la extorsión, manipulación, vejación, etc.
La subcultura sodálite se constituía con una mezcla de cristianismo y sadismo demoniaco que, dentro de una dinámica de fanatismo, se expresaba con crueldad —por ejemplo— en cuanto a las relaciones personales bajo el llamado “infighting“(1), en el cual se desnudaba lo más privado para que, una vez que el alma quedaba expuesta en carne viva, todos los demás, cual buitres ambrientos, participaran del festín de un cadáver viviente de quien lo último que podía hacer era tratar de defenderse, porque la “humildad”, que es “andar en verdad”, tenía que expresarse en el silencio frente a la “corrección fraterna”, como se llamaba eufemísticamente a aquella violación de la intimidad, donde siempre, los demás sabrán mejor que uno mismo cuál es mi propia verdad.
Los principales responsables de la instauración de esta subcultura generada desde una concepción antropológica distorsionada, que pone en el lugar de Dios —o del valor supremo de la vida— a la voluntad de un hombre, son Figari mismo y sus discípulos más cercanos —Figari y quienes lo suceden en la estructura piramidal de poder—.
Uno de los aspectos claves, en el cual se expresa esta deformación, es la concepción de la vocación religiosa “intermediada” en la cual siempre hay un tercer personaje que “media” entre Dios y el hombre. Cuando Jaime Baertl me dice claramente que él sabe indubitablemente, con total certeza, que yo tengo vocación, está siendo un mediador entre Dios y yo, al punto de arrogarse un derecho sobre mi propia libertad y conciencia, luego del cual deviene la condenación eterna a la infelicidad si no obedezco a su dictamen —el de Baertl—.
Esta concepción deforme de la persona humana concibe la vocación como una realidad estática y condenatoria de Dios hacia el hombre, un hado helénico del cual nadie puede escapar.
Siguiendo con lo dicho sobre la percepción equivocada de la vocación, su imposición sobre la libertad de la persona produjo en muchos sodálites un conflicto interior muy profundo que nos obligó a vivir —sin saberlo— una constante mentira existencial —pues, dicha vocación puede nunca haber existido— para poder sobrevivir en un ambiente donde la voz de Figari y de sus visionarios discípulos —como Jaime Bertl y Eduardo Regal— fue impuesta irresponsablemente como si se tratase de la voz de Dios mismo.
Para los 3 que fuimos sirvientes de Figari, y probablemente algunos más, la constante exposición al juicio represor de nuestras conciencias oprimió de tal manera nuestros anhelos y sueños más legítimos que nos ha producido un nivel de estrés altísimo y nos obliga a vivir en una situación donde es necesario recuperar el juicio moral suspendido, la libertad robada y la autoestima herida, además de habilidades sociales deformes.
El daño a la autoestima para quienes fuimos esclavizados es muy severo, porque se nos destinó a labores muy particulares que, lejos de producir realización o satisfacción personal o algún tipo de recompensa, permanecía en el anonimato y dentro del ámbito de una cuestionada moralidad —la del superior general y el superior de la comunidad (Ignacio Blanco) que usaron nuestras capacidades para bien de una institución que en su círculo más íntimo realizó actos corruptos—. Al recuperar la libertad, abandonando el SCV, dichas actividades no producen mayor rédito en nuestras vidas profesionales y la consecuente inserción en el mercado laboral, sino más bien pueden implicar una pesada carga.
Para Fernando Vidal, Alessandro Moroni y otras autoridades del SCV —quienes viven cómodamente instalados en sus casas, paseando con sus autos, viajando, sin carencia de comida ni alcohol, bajo la admiración de decenas de aduladores—, la solución para quienes fuimos esclavos de Figari, al salir del SCV, es literalmente rehacer nuestras vidas, al punto de empezar una nueva carrera profesional luego de los 40 años para luego empezar a luchar por una posición de trabajo que permita mantener una vida digna, al tiempo que garantice la necesaria tranquilidad para recuperarnos de la traumática experiencia sufrida.
Como diría Vidal: “esta es tu realidad”, vivir en un cuarto, en una zona marginal y, poco a poco, empezar una vida, como si fueras una persona a la cual se le arroja desnuda en una selva salvaje para que sobreviva; además, una persona herida.
Aquellos que nos exclavizaron viven cómodamente(2), disfrutando del fruto de nuestros trabajos impagos, de nuestros desvelos, lágrimas y lamentos. Justifican su inmoral paz en sus conciencias con una ridícula intensión de ayudar a las víctimas, mas no con la aceptación de la necesidad de reparar justamente a quienes perdieron sus mejores años de juventud al servicio de un ser enfermo y una institución hecha a su medida.
La experiencia en el SCV, para muchos de los que pasamos por él, no es algo que se puede poner en una balanza para sopesar lo positivo y lo negativo, de manera que, bajo una ingenua actitud “positiva”, lo positivo pese más y así se pueda “dar vuelta a la página” y seguir adelante, como si nada hubiera pasado o como si el tiempo en el SCV hubiese sido una verdadera bendición. A los tres que fuimos sirvientes de Figari NOS ARRUINARON LA VIDA, no hay vuelta atrás, no hay cómo seguir adelante como si nada hubiera pasado y, lo que resta de nuestras vidas, tiene límites reales que no hubiésemos tenido si no hubiéramos formado parte del séquito de sirvientes del pseudo fundador del SCV.
No es prudente para mí exponer mis miserias en este escrito; sin embargo, los informes profesionales sobre los daños psicológicos sufridos durante mi vida en el SCV son contundentes. Parte de ello está reflejado en el informe final de la Comisión —curiosamente desconocido por el SCV y casi ignorado en el informe de los expertos internacionales—, esto y mucho más lo conocen quienes deben conocerlo, como la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica —a cuyo Secretario, Mons. José Rodríguez Carballo, he hecho llegar toda la información necesaria—, Mons. Noel Londoño —Comisario de la Santa Sede para el SCV—, el Cardenal Juan Luis Cipriani, Alessandro Moroni Llabrés (superior general del SCV), entre otras autoridades eclesiales dentro y fuera del Perú, congresistas, abogados y otros miembros de la sociedad —que, sin conocer tanto detalle, tienen todos los elementos necesarios para realizar un juicio crítico que conduzca a práctica de la justicia—.
(1) “Competition between people within a group, especially to improve their own position or to get agreement for their ideas” (“compentencia entre personas dentro de un grupo, especialmente para mejorar sus propias posiciones o para conseguir un acuerdo sobre sus ideas”) (https://dictionary.cambridge.org/es/diccionario/ingles/infighting).
(2) La Santa Sede le ha pedido al SCV que provea a Figari de todo aquello que necesite para llevar una vida digna… ¿Y yo?

Daños físicos
Cuando un exsodálite lee este acápite inmediatamente evoca la experiencia vivida en San Bartolo, en las casas de “formación” que el SCV mantuvo allí desde 1984 hasta hace 3 años aproximadamente. Sin embargo, en muchos casos, los daños físicos se perpetuaron desde […]

Cuando un exsodálite lee este acápite inmediatamente evoca la experiencia vivida en San Bartolo, en las casas de “formación” que el SCV mantuvo allí desde 1984 hasta hace 3 años aproximadamente. Sin embargo, en muchos casos, los daños físicos se perpetuaron desde tiempo antes, desde el período de aspirantes, cuando la posibilidad de ingresar a la institución era clara y el adoctrinamiento se hacía más intenso.
Humberto Del Castillo nos daba castigos cuando faltábamos a los compromisos hechos en las reuniones de “instrucción” —como aspirantes al SCV, de 16 a 18 años en mi caso—. Recuerdo haber tenido que caminar por kilómetros, comer ají licuado —con venas y pepas—, hacer planas, decenas de planchas y abdominales, etc. Es más, no era necesario hacer “algo malo” para este tipo de dinámicas “formativas”. En alguna ocasión realizamos una guerra de cachetadas, para evidenciar al más cobarde y al más fuerte. Este individuo también nos tomó tests psicológicos y daba “consejería espiritual” —que pretendía ser una sesión de terapia psicológica— cuando éramos menores de edad y sin la más remota autorización de los padres.
Después de los más de 25 años transcurridos, quienes fuimos aspirantes los años 90 y 92, aún guardamos heridas de la humillación propia o ajena. En las reuniones semanales se promovían dinámicas que exaltaban el racismo y glorificaban una cultura de fanatismo y orgullo por formar parte de una “santa milicia”, mezclándose el uso amateur de la psicología con técnicas de adoctrinamiento orientales y militares.
Las experiencias comunitarias eran un espacio en el cual se medía hasta dónde podía llegar el aspirante en su “entrega” por la misión. En la práctica, era probar qué tanto maltrato y humillación era capaz de soportar — quien participaba de la prueba — e infringir —quien dirigía la experiencia o prueba— la persona a su semejante. Pues, no solo se trataba de resistir el abuso propio sino el no escandalizarse ni cuestionar el que sufrían los demás. En todo esto, se adoctrinaba a los aspirantes a tener una obediencia ciega, sin límites reales, sin considerar la dignidad humana ni los derechos fundamentales de la persona.
A partir de 1991, las pruebas comunitarias pasaron a llamarse “experiencias” comunitarias, se acortaron en duración y empezaron a realizarse en la comunidad San José (Santa Clara), facilitando que el propio Figari tuviera contacto con los candidatos y “guiara” a las personas a cargo de estas experiencias. A mí me tocó estar allí en octubre, con otros tres. Yo fui el último de los cuatro en abandonar el SCV y a todos se nos adoctrinó con la aplicación de diversas técnicas “psicológicas” como quitarnos la ropa bajo una tenue luz, hasta quedar en ropa interior, y hacernos preguntas que buscaban evidenciar posibles rasgos de homosexualidad; balancear el peso de nuestro cuerpo sobre nuestro abdomen mientras sosteníamos nuestros tobillos con las manos, con el riesgo de golpearnos el mentón duramente contra el suelo, etc., y se nos contaban peores cosas hechas durante las pruebas, como si fueran parte de una gesta heróica.
Desde febrero de 1992 hasta mayo de 1993, mientras viví en San Bartolo para cumplir con mi etapa de “formación inicial”, no viví “nada extraordinario”. Sin embargo, la dinámica era suficientemente exigente como para que varios miembros de la comunidad estuviesen enfermos, con diversas afecciones musculares y nerviosas en la espalda que les impedía hacer ejercicios físicos se manera “normal”. La privación de sueño era cotidiana y acompañaba la exigencia física extrema y las dinámicas de invasión psicológica, en las que se pisoteaba nuestra autoestima de diversas y creativas formas y se nos infundía temor a la desobediencia.
Nadar de madrugada, enfrentar olas inmensas —algo traumático para mí—, ser “fusilado” a pelotazos por Gonzalo Len, dormir sobre tablas o en los fríos escalones de Guadalupe, quedarse sin comida por no hacer el nudo de la corbata, etc. Los años anteriores y los que siguieron —desde que Óscar Tokumura fue superior de las casas de formación— fueron peores, mucho peores. El objetivo del “proyecto de formación” era mantener una exigencia física y psicológica semejante a la que se realizaba en el entrenamiento de comandos militares.
Dios sabrá por qué, Figari escoge a varios de sus sirvientes y colaboradores —cocinero, secretario, diseñador y fotógrafo— más cercanos entre los que empezamos la vida en comunidad entre los años 91 y 92. Lo mismo sucede con quienes rodearon a Germán Doig. Durante el año 91 formé parte, junto a otros —como Ignacio Blanco— de la secretaría de Doig, y trabajé para él ordenando y catalogando los libros de su biblioteca, además de otras labores intelectuales. Hubo mucha cercanía entre los que rodeábamos a Figari y Doig, además de elementos raciales y elevada capacidad intelectual —por no entrar en detalles del tipo de inteligencia, aquí me refiero a aquella que se mide con el coeficiente intelectual—. Otro factor común es el origen arequipeño de varios entre nosotros.
El caso de Ignacio Blanco, dentro de esta historia, es curioso. Su cercanía a Figari y Doig era tan intensa que, cuando sufrió una lesión en la cabeza jugando fulbito, viajó a Estados Unidos acompañado de Jaime Baertl para que lo analicen mejor. Como precaución, Figari le prohibió realizar actividad física por años, por lo cual nunca fue a San Bartolo ni participó de la experiencia comunitaria como otros. Según recuerdo, lo que se nos dijo a los demás —los que sí fuimos a San Bartolo—, es que él realizó una formación inicial distinta viviendo con Figari desde el año 92. Los demás que fuimos escogidos para ser sirvientes solo tuvimos un año de formación y no tuvimos la oportunidad de hacer discernimiento vocacional (1).
Luego, a partir de 1993, cuando yo vivía en San José, fui testigo, desde el lado de quienes dirigían las experiencias, de abusos y maltratos, incluso se me obligó a participar de ellos. Aquí sucede algo muy paradójico, en cuanto a la vida cristiana se refiere, porque el SCV motivaba a sacar lo peor de uno mismo. Figari mismo participaba de las dinámicas de tortura como la “terapia” de cosquillas —en la cual se sometía a la víctima a la provocación de cosquillas por parte de todo el resto de la comunidad mientras se le sujetaba para impedir el movimiento natural de la reacción de rechazo—, con la cual perdí la sensibilidad a las cosquillas; soportar el masajeador eléctrico —que se conectaba a las abdominales u otras partes del cuerpo para luego activarlo a su máxima potencia—; cachetadas o golpes para obligar a la víctima a no pensar —no crear una justificación para alterar la verdad— y decir lo primero que se pasara por la mente frente a las preguntas de Figari —lo demás era mentira—; mantener los brazos extendidos por largos periodos de tiempo, para probar la resistencia, etc.
Además, estas dinámicas se realizaban en público, de manera que al dolor físico se agregaba la humillación totalmente ajena a la caridad cristiana. Cuanto más cerca estuviera Figari, más duras podrían ser las dinámicas, refuerzos conductuales, castigos o como se les haya llamado —la manipulación del lenguaje, al modo de Animal Farm, era muy sodálite—, aunque más que el rigor físico lo que producía el gran pashá en sus víctimas era sumisión, temor, frustración, vanidad, etc.
Los tres que vivimos como sirvientes de Figari sufrimos, durante más de 18 años, de constante maltrato y privación de sueño —y su necesaria calidad—, es decir, dormíamos poco y en malas condiciones debido al excesivo estrés al que estábamos sometidos. El estrés no solo era físico, en cuanto a la cantidad de horas de trabajo diario —de lunes a domingo—, sino que también era causado —en gran intensidad— por las angustias existenciales propias de una vida de esclavitud, sin libertad auténtica y rodeados de normas absurdas, represiones, desconfianzas, casi sin contacto con el mundo exterior —especialmente de la familia y amistades—, con todo controlado —hasta el peso—, sin poder pasear en bicicleta, etc. En ese estado, casi la mitad de la comunidad —los tres sirvientes que salimos del SCV y el p. Jürgen— tuvimos que vivir con terapias para poder sobrevivir a esta situación de exigencia extrema y constante.
Desde que salí del SCV necesité dormir muchas horas durante el día y, aún así, mi fuerza física disminuyó muchísimo y experimenté un agotamiento terrible. Las marcas que conservo de mi vida en el SCV no son evidentes a simple vista, sino que están en el alma. A pesar de ello, tengo aproximadamente 8 años realizando diversas terapias y viviendo bajo una medicación —4 años dentro del SCV y 4 después de salir, hasta ahora— que tiene efectos físicos, tales como el aumento de peso, el cual pone en riesgo mi salud haciéndome propenso a la hipertensión, entre otras cosas. Mi pronóstico médico es reservado.
(1) El discernimiento vocacional que se realiza antes de entrar a comunidad es diferente al que se realiza viviendo en comunidad. Además, según reconoce el código de derecho canónico, el discernimiento vocacional es un derecho del candidato y una obligación de la institución hacia este.

Daños causados
Durante los 6 meses (noviembre 2015 – abril 2016) en los que la Comisión trabajó ad honorem para buscar la justicia y la reconciliación —cuyo requisito sine qua non es el conocimiento de la verdad—, recibieron a decenas de personas, entre las […]

Durante los 6 meses (noviembre 2015 – abril 2016) en los que la Comisión trabajó ad honorem para buscar la justicia y la reconciliación —cuyo requisito sine qua non es el conocimiento de la verdad—, recibieron a decenas de personas, entre las víctimas —no todas—(1) y quienes fueron a dar su testimonio. Las entrevistas están registradas en vídeo —con la autorización debida en cada caso—. El trabajo realizado fue muy serio y fue hecho dentro del marco no solo de la caridad cristiana sino con el aporte profesional de sus miembros:
Dr. Manuel Sánchez Palacios
ABOGADO
Preside la Comisión. Es abogado, ha sido Presidente del Jurado Nacional de Elecciones y distinguido ex Vocal de la Corte Suprema de la República.
Dra. Rosario Fernández Figueroa
ABOGADA
Ha sido Presidenta del Consejo de Ministros y Ministra de Justicia.
Mons. Carlos García Camader
OBISPO
Obispo de Lurín, ha sido Director de Pastoral de la Arquidiócesis de Lima y Rector del Seminario Mayor Santo Toribio de Mogrovejo.
Dra. Maita García Trovato
MÉDICO CIRUJANO PSIQUIATRA
Médico Cirujano con especialización en Psiquiatría, ha sido Directora General del Instituto Nacional de Salud Mental e integrado la Comisión del Ministerio de Salud que investigó y denunció los abusos cometidos en la ejecución del Programa de Anticoncepción Quirúrgica.
Sr. Miguel Humberto Aguirre
PERIODISTA
Ha sido coordinador general, director de internet y actualmente es Director del Compromiso del Grupo RPP.
Estos personajes eran probos en sus labores y de un comportamiento ético intachable en la sociedad peruana. Si el SCV hizo tan buena elección con los integrantes de la Comisión, ¿por qué no aceptó sus resultados y decidió contratar a “expertos internacionales”? Porque, al momento de conformar dicha comisión, para asegurar un resultado favorable al SCV, les ofrecieron más de US$ 200.000 por el trabajo que realizarían y ellos, viendo que esto comprometería seriamente la veracidad e imparcialidad de las investigaciones y ulterior juicio sobre lo sucedido, rechazaron el dinero de la institución y decidieron claramente trabajar ad honorem, sin ningún tipo de presión.
Desde ese momento, el SCV puso en cuestión a la Comisión y su trabajo. Además, habría emprendido la búsqueda de los mencionados expertos internacionales —que debieron costar una fortuna en honorarios— y que alojaron en los hoteles más caros de Lima —me reuní con dos de ellos en el Westin y Miraflores Park Hotel respectivamente—. Asimismo, tan pronto salió el informe final, Alessandro Moroni —superior general—y otros personajes importantes como el padre Juan Carlos Rivva —párroco de Nuestra Señora de la Reconciliación y vicario episcopal de la Arquidiócesis de Lima— utilizaron las redes sociales para mostrar su desacuerdo con lo mencionado en dicho informe, por considerar que este daba una imagen parcial o recortada de la realidad del SCV, al mostrar “solo” aspectos negativos. Ojo, no negaron los hechos descritos sino la ausencia de elementos positivos de la organización. Ambas cosas —el pronto establecimiento de una nueva comisión de expertos internacionales y la pronta opinión negativa de las autoridades— son aspectos razonables para confirmar el descontento con la Comisión desde que esta empezó a trabajar.
El informe PROFESIONAL realizado por la Comisión de Ética para la Justicia y la Reconciliación, como TODOS pueden ver, determina, entre otras cosas, los daños que han sufrido las víctimas de Figari y del SCV. Este es uno de los puntos incómodos para la institución: no solo son Figari, Doig, Murguía, Daniels y alguno más, sino es el SCV mismo y su constitución jerárquica y disciplinar, la que perpetua los abusos señalados en el mencionado informe y reiterados en el informe de especialistas contratados. Ese detalle es fundamental, porque, según la Comisión, la institución tiene que reformarse desde sus raíces, mientras que, según los expertos internacionales CONTRATADOS por el SCV, solo tiene que tomar medidas correctivas. Entre ambos juicios hay una distancia importante y, aunque no sea evidente para todos, que implicaría muchas expulsiones y que sería económicamente muy costosa.
Además de lo señalado, se debe destacar que la Comisión de Ética realiza, junto al informe universal y público, informes PERSONALES que contienen recomendaciones hechas por los integrantes de dicha Comisión para que el SCV sea JUSTO con cada una de las víctimas, de manera PERSONAL y dentro de un marco legal cuidadosamente discernido por especialistas PERUANOS que conocen la legislación nacional, que conocen al SCV y las muestras tibias en relación a la aplicación de la justicia, que conocen el derecho canónico, que comprenden aspectos de la realidad nacional que agravan los crímenes cometidos por varios miembros del SCV, entre otros elementos favorables a un juicio objetivo y justo.
Sin embargo, las conclusiones de la investigación realizada por los expertos internacionales solo se conocen en su aspecto público y universal, las víctimas NUNCA recibimos un informe o conclusión personalizada de dichos especialistas ni supimos los criterios con los que se determinaron las reparaciones que se asignaron a las víctimas, todo eso quedó entre el SCV y sus expertos.
La justicia, en su más elemental definición, implica “darle a cada quien lo que le corresponde” y quien determina el parámetro de justicia NO puede ser quien cometió el crimen, en este caso, el SCV. Lo que ha sucedido en este caso, a vista y paciencia de la sociedad civil y la Iglesia Católica, es que el SCV unilateralmente tomó decisiones PRIVADAS sobre qué hacer con las víctimas. Hizo uso de la justicia peruana para proteger a la institución de cualquier demanda posterior que pudiesen hacer las víctimas, mas no para actuar con justicia.
La negación de la Comisión llegó hasta tal punto que uno de los miembros el Consejo Superior del SCV en el momento en que se entregaron los informes —el mío lo recibí el 19 de abril de 2016—, manifestando la mejor de las intenciones para “ayudarme” —hasta ahora, los sodálites consideran que “ayudan” a las víctimas, las palabras “justicia” o “deuda de justicia” son impronunciables para ellos— me preguntó que podía hacer por mí, yo le respondí “respeten el informe de la Comisión”, a lo cual él me respondió “estos no sirven para nada porque son todos iguales”. Lo dijo con tal convencimiento que me hizo dudar y me comuniqué inmediatamente con uno de los miembros de la Comisión, a pesar de que el informe individual contiene elementos que son estrictamente personales, y le pregunté si eran todos iguales; la respuesta, como pueden imaginar, fue que no eran iguales sino que contenían un marco legal semejante dependiendo de los casos. Además, se me aclaró que mi caso es uno de los más graves —el tercero de todos los vistos— incluyendo todos los tipos de abuso.
Me tomé la molestia de llamar al sacerdote sodálite, miembro del Consejo Superior, que me había dicho que todos los informes individuales eran iguales, para decirle que, con certeza absoluta, esto no era así. Dicho sacerdote solo me otorgó su silencio. No dijo más.
Di a la Comisión tres testimonios —dos por escrito y uno personalmente— y ellos me acogieron, como nadie lo había hecho antes, me comprendieron, se compadecieron conmigo y determinaron que el SCV había truncado mi proyecto de vida, como le sucedería a un joven de 17 años lleno de sueños y expectativas, que sufre un terrible accidente que le imposibilita llevar una vida normal por el resto de su vida, le impide realizar sus sueños y lo obliga a adaptarse a una serie de límites impuestos por el infortunio. El cruel accidente que yo viví se llama SODALICIO DE VIDA CRISTIANA. Muchos lo saben, lo reconocen y hasta limpian las lágrimas de sus ojos con pañuelos manchados de hipocresía, como Alessandro Moroni, quien me dijo claramente que el SCV había sido injusto conmigo pero que no podían ser justos porque NO TIENEN recursos materiales para obrar en justicia.
Otro absurdo más: la falta de recursos económicos del SCV es un límite para la justicia. JAMÁS se ha oído tamaña patraña, que el victimario tenga como límite su liquidez económica subjetiva —ni siquiera real—. En el mundo normal, el de los seres humanos, cuando uno debe paga y si no tienes efectivo, lo vendes todo y pagas, más aún si tienes tanto como el SCV.
Los daños físicos, psicológicos, espirituales y morales son en algunos casos —como el mío— tan graves que imposibilitan para insertarse a la vida civil de manera normal, limitan tremendamente la realización de un proyecto de vida digno, ponen en cuestión los valores más grandes y producen dolores muy profundos. Yo no dejo de tener pesadillas por lo vivido en el SCV durante más de 21 años, a pesar de haber dejado la institución hace más de 4 años, solo por mencionar algo. Como el drama que vivimos las víctimas es interior y profundo, muchos no lo ven y, como no es evidente para ellos, no lo creen y, como no creen, no hacen nada por ayudarnos a recibir justicia por parte del SCV.
(1) Cuando se formó la Comisión, la desconfianza hacia el SCV era grande y, por ello, se sospechó que esta comisión no sería nada más que un “saludo a la bandera” y que no serviría para nada. Además, Mons. Carlos García había celebrado algún 8 de diciembre y presidido otras ceremonias para el SCV y la “familia espiritual”; y, Miguel Humberto Aguirre, vinculado al entorno de RPP, cadena de noticias que se mostró muy cautelosa en aceptar la verdad de las acusaciones en contra de Figari y el SCV cuando todo estalló con la publicación de Mitad monjes, mitad soldados. Recordemos, también, que Pedro Salinas mostró públicamente su escepticismo con la formación de esta comisión, algo de lo cual se retractó al leer el informe final que esta publicó.

Dificultades para abandonar el SCV
La decisión de salir del SCV no siempre fue fácil, teniendo en cuenta que la libertad para entrar era seriamente afectada por quienes hacían “apostolado”. Para mí salir fue una necesidad al descubrir que no existía en mí la vocación a la […]

La decisión de salir del SCV no siempre fue fácil, teniendo en cuenta que la libertad para entrar era seriamente afectada por quienes hacían “apostolado”. Para mí salir fue una necesidad al descubrir que no existía en mí la vocación a la vida consagrada —implantada por Figari y secuaces—.
Sin embargo, fue una decisión difícil en cuanto no tenía ninguna seguridad material ni emocional fuera del SCV. Mi familia no entendió lo que me sucedía ni se mostró acogedora, casi no tenía amigos fuera del SCV, no tenía a dónde ir ni tenía trabajo —Moroni me dijo claramente que NO podría trabajar en la Universidad Católica San Pablo, donde había laborado exitosamente durante 3 años—, solo tenía la certeza que el SCV no era para mí ni que tenía vocación religiosa.
Cuando —un año antes de salir del SCV— notifiqué a las autoridades mi intención de hacer un discernimiento vocacional, no me apoyaron en absoluto porque consideraron que, al ser profeso perpetuo, mi vocación estaba más que clara. Por lo tanto, atribuyeron mis “dudas” a una crisis existencial, incluso al fuerte nivel de exigencia que había soportado al lado de Figari. Como me decía Jaime Baertl, quien, al parecer, tenía “la visión de Dios”:
“José eres un mártir por todo lo que has soportado con Figari y comprendo que estás seriamente afectado por ello, por lo cual, no puedes seguir viviendo en comunidad; sin embargo, tienes vocación a la vida consagrada y la tendrás toda tu vida”.
Jaime Baertl Gómez
Es decir, la cúpula era muy consciente del maltrato y abusos de los que fui víctima, pero no tenían idea si fui víctima de abusos sexuales por parte de Figari —un sacerdote mayor del SCV me lo preguntó—, lo que sí sabían ellos era que yo “sabía demasiado” y mejor sería que estuviese fuera.
Alessandro Moroni, no opuso resistencia a mi salida y me otorgó rápidamente el indulto. Pero Eduardo Regal, a quien consideré amigo, me “cuadró” cuando le conté que pensaba salir del SCV. En una conversación que tuvimos por Skype el 30 de setiembre de 2013, me dijo que yo “debía integrar la experiencia vivida —con Figari— a mí mismo, que sea parte de mí y no algo externo que me cause ansiedad”.
Regal también me recomendó leer su conferencia dada a los profesos perpetuos, sobre la crisis meridiana (entre los 40 y 60 años) y su relación con el llamado “demonio del mediodía” —término espiritual muy antiguo—. Esta crisis era, según Regal, una experiencia muy común en la vida de la Iglesia y, para él, yo estaba viviendo esa crisis meridiana.
Además, Regal, gracias a sus grandes dotes espirituales y psicológicos, entendía que yo estaba rechazando lo que me había tocado vivir y que me hiciera la pregunta si en ese momento de mi vida, era yo el que definía salir del SCV o era Dios. Cuestionaba mi impulso de discernir y consideraba que lo que debía hacer era “aclarar” mi vocación. En este contexto, me planteaba que revise cuáles eran los vicios que me alejaban de Dios y que hiciera lo opuesto a estos vicios.
Para el gran maestro Regal, yo estaba buscando justificaciones para seguir en la posición de una decisión tomada —la de abandonar el SCV—. En muchas cosas, Sebastián Blanco —superior de la comunidad del SCV en Pilar, Buenos Aires— coincidía plenamente con Regal y consideraba que discernir mi vocación era un despropósito. En ese momento —2013— empecé a sentir aversión al SCV —por razones obvias— y Blanco me decía que debía suprimir ese sentimiento; para él, yo tenía inmadurez y que, frente al sufrimiento y las heridas que tenía, debía buscar sanar en el SCV y no fuera de él.
En fin, ese año 2013 fue el de mi liberación y un momento en que realmente experimenté la presencia de Dios en mi vida. Al terminar mi esclavitud de Figari, empezaba a ver las cosas con claridad y, sobre todo, iniciaba un camino de recuperación de mi libertad.
Los obstáculos que yo tuve los pude sortear gracias al ocaso de Figari como superior general y como amo. Sin embargo, hubo otros que no solo recibieron mucha más oposición exterior, sino que tenían un sentimiento de culpa tremendo que les impedía ser firmes en su decisión de abandonar el SCV. Sucedía con esto lo que los propios “maestros” sodálites decían “nunca se dialoga con la tentación”, es decir, si realmente querías salir del SCV rápido tenías que escaparte, pues, dialogar con las autoridades iniciaba muchas veces una larga agonía.
A mí me amenazó Jaime Baertl, no con la fuerza física, sino con la condenación eterna. Me dijo claramente que, si me casaba, si no mantenía una vida consagrada, sería infeliz y no cumpliría con el “Plan de Dios”. Lo mismo hizo con varios más que salimos del SCV. Sus palabras tenían un valor especial para mí, pues fue mi director espiritual 10 años, los más duros que viví. Sin embargo, por primera vez me puse primero a mí mismo y, libremente, me reí de esas palabras pues tuve la certeza que él no era Dios ni su profeta.
Hubo otros que tuvieron que esperar, literalmente, años para poder salir del SCV y durante ese tiempo —perdido, por cierto— sufrieron mucho maltrato e incluso fueron sometidos a terapias psiquiátricas en las cuales no solo se abusó con la medicación, sino que, violando el secreto profesional, se informaba a la autoridad sodálite sobre lo tratado en las sesiones, para de esa manera tener mayor control sobre la persona y manipularla mejor.
Si alguien lee esto y no ve crímenes está ciego. Quien solo ve faltas y errores, es cómplice. Aunque la justicia humana nunca llegue, la certeza de la inmoralidad de los actos cometidos por las autoridades implicadas en estos maltratos a la psiqué y la vida espiritual de las personas, es, un momento redentor para las víctimas.

La raza y el color de la piel importan
“Todos somos iguales pero unos somos más iguales que otros” (George Orwell) Hay un canto de parroquia que dice así: “No te importe la raza ni el color de la piel, ama a todos como hermanos y haz el bien”. Como otras […]

“Todos somos iguales pero unos somos más iguales que otros” (George Orwell)
Hay un canto de parroquia que dice así: “No te importe la raza ni el color de la piel, ama a todos como hermanos y haz el bien”. Como otras letras de las canciones que acompañan la liturgia católica, este tema tiene sus raíces en el Evangelio; sin embargo, al parecer Figari y compañía no llegaron a esta parte de la Sagrada Escritura o se la comieron. El punto está en que para ellos el modelo de sodálite se funda en rasgos socioeconómicos que caracterizan a un segmento muy reducido del país donde nace el SCV.
Blancos, de ojos claros, inteligentes, de buen apellido y con plata, esos eran los sodálites perfectos y si además eran bondadosos, nobles y honrados, se logra la fórmula perfecta para la alquimia figariana de quienes debían estar a su lado para “conquistar el mundo”.
Como muchos, al entrar al SCV “descubrí” que tenía complejos de inferioridad —la psico-ideología sodálite te impulsa a buscarlos y, si no los tienes, a inventarlos— y que estos eran una tara para mi “despliegue” personal. El propio Figari, mi amo y maestro en aquel entonces, me hizo ver que yo era blanco, con ojos azules, de buen apellido e inteligente —misio también, pero eso no importaba tanto— y que, con esas características, estaba dentro del 1% —o menos— de los peruanos e incluso dentro de un segmento reducido a nivel mundial, por lo cual, no debía tener complejo alguno.
Ese razonamiento era claro y distinto en el gran pashá que —estoy seguro— escondía en su mórbida figura un completo catálogo de los más exquisitos complejos de inferioridad, no trabajados ni enfrentados, sino acomodados a una mentalidad sensual y voluptuosa que insaciablemente los compensaba dando rienda suelta a sus bajos instintos y deseos mundanos, según se verifica en la historia ya por muchos conocida.
Otra sentencia que refleja muy bien el “sentir” sodálite y su correspondiente visión de la realidad es aquella frase de Orwell, que hace referencia a una sociedad de animales, en la cual, aunque todos eran igualmente animales unos eran “más iguales” que otros, es decir, había algunos que eran especiales y ese carácter de “especial” es el que Figari destacaba en quien ponía la mira, desde el principio, en una dinámica “kenótica ascensional”, lo que significa que te destruía tu mundo cultural y social para reconstruirlo en “categorías sodálites”, en las cuales, al llevar el sello sodálite en el alma, eras un ser especial y excepcional.
Esta dinámica destruía todo lo que hasta el momento sabías sobre el mundo para reconstruirlo sostenido sobre conceptos distorsionados como vocación sodálite, fidelidad, radicalidad, salvación, etc. Así, lograba que la víctima dependiera de él y mordiera un ansuelo del cual difícilmente podría escapar. La estrategia utilizada es muy semejante a las que se leen en varias novelas de utopía, como la ya mencionada Animal Farm o The Demolished Man (Alfred Bester, 1953).
La puesta en práctica de las teorías futuristas de dominio relatadas en aquellas novelas de utopía negativa, refleja la ausencia de criterios critianos en la formación del SCV y, en cambio, muestra que el proyecto sodálite es uno destinado a la dominación total de un segmento de la sociedad, de élite, bajo una concepción enferma de la realidad de un pseudo profeta empapado de criterios cristianos no vividos.
Como en la obra de Bester, Figari instaura dentro del SCV una jerarquía ontológica basada en el grado de intuición o percepción extrasensorial (ésper), la cual acompaña las distinciones accidentales (no por ello poco importantes) como la raza, el color de piel, la inteligencia, el dinero y el apellido. Perdón, Debo agregar, la orientación sexual. Definitivamente, al gran pashá le interesaba mucho la orientación sexual de quienes formaban parte del SCV y los catalogaba como heterosexuales, homosexuales y heterosexuales con inseguridad. Aparentemente, el gusto del pseudo fundador se inclina por este último grupo (obviamente si cumple con los parámetros raciales, económicos, intelectuales, etc.).
La evidencia de lo dicho es clara, ¿existe algún miembro de la cúpula de poder que sea de raza andina? NO. Es también justa la pregunta ¿cuántos más eran/son como Figari (con los mismos gustos y la misma orientación sexual)? ¿Cómo se ocultan?
Uno de los vicios y deformaciones más frecuentes de los sodálites, especialmente de quienes estuvimos cerca de Figari, era vivir de mentiras, ser esclavos de fantasías, porque lo que este ser quiso implantar a través del SCV fue una gran fantasía predominantemente socio-política y económica. El desordenado afán por el análisis psicológico de los sodálites, desde su primer acercamiento es perfectamente compatible con los fundamentos de la utopía negativa, la cual era MUY influyente en la primera generación de sodálites.
El gran pashá no tenía a su servicio a ninguna persona que fuera de orígenes andinos y, en el caso de su médico sodálite, a quien llamaba sospechosamente “amigo”, consideraba literalmente que “era un cholo con mente de blanco” y por eso podían llevarse bien, hasta confiar en él.
Todas estas cosas muestran claramente un desprecio por la persona, una ignorancia y poco cristiana negación del valor real de la persona y la dignidad que le corresponde como tal. Por esto, los abusos cometidos y los atentados contra los derechos fundamentales fueron hechos con tanta frecuencia y sin escrúpulo alguno.
Las palabras de Orwell que encabezan este texto describen muy bien la mentalidad de Figari en cuanto al retorcido valor que le daba a las personas y que, en contraste, se daba a sí mismo. Para él no existía realmente la igualdad ante Dios ni ante la ley, creía en un mundo de privilegios y discriminación natural.

Injusticia
No es en vano que, la Santa Sede, al nombrar a Mons. Noel Londoño como Comisario para el SCV, designa al Cardenal Joseph Tobin (Arzobispo de Newark) como quien se hará cargo de investigar y evaluar las gestiones económicas de la institución […]

No es en vano que, la Santa Sede, al nombrar a Mons. Noel Londoño como Comisario para el SCV, designa al Cardenal Joseph Tobin (Arzobispo de Newark) como quien se hará cargo de investigar y evaluar las gestiones económicas de la institución porque, como destaca el informe final de la Comisión, esta “cuenta con un patrimonio y recursos importantes”. El Santo Padre, durante su visita al Perú en enero último, no mencionó en sus discursos públicos nada referente al Sodalicio.
Sin embargo, en el viaje de regreso a Roma (ver entrevista completa), un periodista del diario La República lanzó una pregunta en la cual sumaba la corrupción en el país y el caso Sodalicio. No sabemos si hizo esta unión a propósito, pero, el Papa sí las unió, y mencionó, entre otras cosas:
“Hace casi dos años yo mandé un Visitador al Sodalicio en la persona del cardenal Tobin, obispo de Newark. El cardenal Tobin hace la visita; descubre cosas que no entiende o que no están claras; nombra dos veedores económicos y este es el tercer abuso que también rozaba al fundador: el manejo económico”.
El Papa considera que el manejo económico es también un tipo de abuso, tan grave, que amerita el nombramiento de dos veedores que revisen este aspecto de la institución. Hasta hoy no se ha hecho público ningún veredicto o resultado de este proceso. Sin embargo, la prensa en el Perú profundiza en sus investigaciones, frente a las evidencias de la riqueza del SCV, especialmente en el norte del país.
Ante las palabras del Papa sobre lo que ha llamado “tercer abuso”, el SCV no ha dado ningún tipo de declaración. Personalmente, Alessandro Moroni me ha dicho que han sido auditados y que no se han encontrado problemas ni asuntos oscuros en sus cuentas. Asimismo, me aseguró que económicamente el SCV no se encuentra en la capacidad de asumir las reparaciones justas recomendadas por la Comisión y vinculadas al derecho, lo cual explica la realización de un proceso de reparaciones subjetivo y hecho, no de acuerdo a la justicia, sino a la liquidez e intención de gasto del SCV.
Agrega el Papa Francisco:
“Si hoy día el Sodalicio está «comisariado» por la Santa Sede es por todo esto… O sea, el estado jurídico hoy día del Sodalicio es «comisariamiento» y a la vez sigue la Visita Apostólica”.
Entonces, el manejo económico es una de las causas —junto a los abusos sexuales y los de otra índole cometidos por Figari y otros sodálites—. Dialogando con un sodálite profeso perpetuo, desde hace más de 10 años, sobre este punto, me comentaba, muy convencido, que el Papa está equivocado respecto a esto y que ha sido mal informado. Se puede sospechar que esta sería la “información oficial” que circularía ad intra, probablemente para evitar el escándalo de los sodálites que aún permanecen luchando por un mundo mejor y por purificar la institución.
Pero, más allá de las riquezas del SCV, lo que llama la atención, nuevamente, a la Comisión es la desigualdad que se vive al interior de las comunidades. En las cuales, quienes formaban parte de la cúpula del poder, sin importar dónde vivieran, gozaban de comodidades y tranquilidad económica, mientras los demás, los súbditos, especialmente aquellos que no recibían el apoyo de sus familias, tenían que mendigar para solventar sus gastos. Como resalta el informe final en este numeral, al final:
“…pero los integrantes debían solventar sus propios gastos”.
Yo era uno de aquellos que no tenía el apoyo económico de sus padres, porque a ellos no les sobraba y a mí me daba vergüenza pedirles. Mi conciencia me dictaba que una persona de mi edad tenía que trabajar y valerse por sus propios medios y, si no se me permitía trabajar de manera remunerada, entonces, la comunidad tenía que cargar con mis gastos. Sin embargo, tuve que vivir una pobreza obligada mientras era testigo de la comodidad escandalosa en la que vivían Figari y las autoridades. Personalmente, yo tenía que hacerme cargo de que nunca le falte lo que al gran pashá le antojase comer, incluso, tenía que adelantarme a sus caprichos y comprar de más. Este era uno de los motivos, uno de tantos, por los cuales vivía en constante tensión.
Un sacerdote sodálite me contó que cuando buscaba donantes para construir una capilla, se reunió con un empresario, al cual le pidió su aporte económico y su asombro fue grande cuando aquel señor soltó una carcajada y le dijo “¿cómo me pides dinero a mí?, pídele a Jaime Baertl, él acaba de cosechar US$ 7 millones en mangos, te aseguro que él tiene cómo ayudarte con tu capilla“.